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Megalodón (Carcharocles), un tiburón gigante que te asombrará

Carcharocles megalodon
Virginia Hill (www.flickr.com)/CC BY-ND 2.0

Los tiburones han despertado gran interés en el ser humano desde hace cientos de años, ya sea por ser criaturas peligrosas que acechan en las costas o en mar abierto, o como animales fascinantes con un antiguo linaje. Tanto como una amenaza o ejemplares que generan admiración, los tiburones han sido largamente observados y estudiados en un intento de entender no solo su biología, sino su rol en los ecosistemas, comportamiento e historia evolutiva. A pesar de las numerosas investigaciones, los mitos que rodean la existencia de los tiburones aún perduran y se hacen eco fácilmente entre la sociedad. Las historias sobre tiburones cazadores de hombres o de ejemplares tan grandes como barcos son relatos que pueden cautivar o aterrar, avivando la imaginación colectiva y formando parte de la cultura popular. Sin embargo, a veces los mitos tienen su cuota de realidad, y es que, hace unos 16 millones a 2,6 millones de años aproximadamente, las aguas oceánicas fueron testigos de uno de los depredadores más grandes del planeta: el megalodón.

El megalodón es una especie de tiburón, el cual se encuentra extinto en la actualidad y se estima que vivió entre el Mioceno medio hasta el final del Plioceno. Es considerado uno de los depredadores de mayor tamaño y fuerza entre la historia de los vertebrados. Como todos los tiburones se caracterizó por presentar un esqueleto cartilaginoso y posiblemente contaban con un cuerpo fusiforme y una cola heterocerca.

Han sido numerosos los debates sobre la clasificación taxonómica del megalodonte, persistiendo en la actualidad. Algunos investigadores clasifican al megalodonte como Carcharodon megalodon, perteneciente a la familia Lamnidae y relacionado con el tiburón blanco moderno (C. carcharias). Quienes argumentan que la especie debería estar clasificada en el género Carcharodon, se basan las similitudes morfológicas entre los dientes del Megalodón con el tiburón blanco moderno y proponen que ambas especies tienen como ancestro común Palaeocarcharodon orientalis.

No obstante, en los últimos años, los investigadores que apoyan que debería ser clasificado como Carcharocles megalodon, familia Odontidae, se hace más fuerte y popular. Los que apoyan esta clasificación, insisten que las similitudes entre los dientes del megalodón y el tiburón blanco son una convergencia evolutiva, siendo su ancestro un tiburón gigante que habitó el océano durante las épocas del Paleoceno y Eoceno, conocido como Otodus obliquus. En un estudio reciente, se concluyó que es necesario reclasificar a los tiburones del género Carcharocles en Otodus, para sincerar el clado. En esta nueva clasificación, el nombre científico del megalodonte sería: Otodus megalodon.

Aunque el debate continúa y actualmente la clasificación con mayor apoyo corresponde a la especie Otodus megalodon, en este artículo vamos a utilizar el nombre científico tradicional, el cual es Carcharodon megalodon.

Anatomía del megalodonte

El megalodón se considera el depredador marino más grande que alguna vez haya existido. Se estima que pudo alcanzar una longitud máxima de 18 m.

La mayoría de la información de este tiburón gigante procede de los fósiles de dientes que se han encontrado, y que han sido identificados y clasificados basándose en caracteres morfológicos y métricos. Gracias a ello, se pueden distinguir cuatro clases de dientes, que en las reconstrucciones de sus mandíbulas se disponen en orden desde la línea media; en donde podemos identificar: 1) dientes anteriores, 2) dientes intermedios, 3) dientes laterales y 4) dientes posteriores., con tamaños que varían desde los 12 cm hasta los 15 cm. Los paleontólogos afirman que los megalodontes tenían alrededor de 276 dientes distribuidos en 5 hileras en sus mandíbulas, estos dientes contaban con una forma triangular y una estructura robusta.

Los dientes se han utilizado para determinar su tamaño y peso, a través de análisis métricos y comparativos. Son varios los métodos utilizados para estimar el tamaño del megalodonte, sin embargo, la mayoría de los trabajos estiman que cuentan con una longitud total de 16 metros y un peso aproximado de unas 59 tonelada. De igual forma, se han utilizado los dientes para definir la fuerza de su mordida, concluyendo que, para un espécimen de 15,9 m de largo, la mordida tendría una fuerza de 108,514 newton.

Las distintas ilustraciones y construcciones corporales de los megalodontes, las cuales se exhiben en museos o en libros, no son más que reconstrucciones paleontológicas a partir de los dientes fósiles registrados para esta especie.

Distribución y alimentación del megalodón

Gracias a los múltiples yacimientos paleontológicos que han proporcionado dientes fósiles, se sabe que era una especie Cosmopolita, es decir, cuenta con una distribución mundial; encontrándose en las principales cuencas oceánicas de las regiones tropicales, subtropicales y templadas.

Al estudiar la forma y el tamaño de los dientes de megalodón, se ha encontrado que originalmente los megalodontes se alimentaban de peces; sin embargo, cambiaron sus hábitos alimenticios posteriormente, prefiriendo depredar mamíferos marinos como ballenas o delfines primitivos. Se han descubiertos fósiles de huesos de ballena con marcas de dientes, probablemente por una mordida, relacionados a especímenes de megalodonte, lo que contribuye a apoyar la hipótesis de que estos tiburones se alimentaban de antiguos cetáceos.

Reproducción, áreas de guardería del megalodón

Los tiburones son organismos móviles y de amplia distribución. No obstante, a lo largo de su vida, se puede apreciar que los tiburones suelen utilizar áreas específicas para alimentación, reproducción o de cría o guardería. En las especies actuales, estas áreas de guardería se encuentran caracterizadas por la presencia de una hembra grávida o por la presencia de tiburones neonatos o juveniles; estas áreas pueden ser compartidas por distintas especies de tiburones por un corto o prolongado periodo de tiempo, y suelen proveer a los tiburones de protección contra predadores y recursos alimenticios.

En un trabajo realizado por Pimiento, C. y colaboradores en el 2010, se estudiaron y compararon restos fósiles de una formación localizada en el Ismo de Panamá, conocida como El Gatún. En ella, se encontró numerosos fósiles de pequeños dientes, que al analizarlos se clasificaron como dientes de C. megalodon. Esto les permitió inferir que la formación El Gatún era un área de cría neo tropical del megalodonte, y que la misma ha sido utilizada como guardería por distintas especies de tiburones desde hace 10 millones de años.

Origen y extinción

Se considera que la especie C. megalodon se originó durante el Mioceno temprano, aunque trabajos previos ubicaban su origen durante el Mioceno medio. El megalodonte alcanzó su mayor ocurrencia a finales del Mioceno, pero es durante esta época en la cual sus poblaciones comienzan a disminuir. Se cree que una mayor distribución pudo estar relacionada a la respuesta de la especie ante la disminución de la población mundial.

Algunos estudios, sugieren que el megalodonte se extinguió hace aproximadamente 2,6 millones de años, en el límite entre el Plioceno y el Pleistoceno. Los investigadores manejan al menos cuatro hipótesis en relación a la extinción del megalodón, las dos primeras implican factores bióticos como la competencia entre especies y la disponibilidad de recursos-presas, mientras que las otras dos apuestan por las respuestas fisiológicas de este tiburón gigante ante los cambios ambientales.

Algunas de las hipótesis anteriores asumen que la extinción del megalodón se pudo deber a una disminución en la diversidad de ballenas, mientras que otra expresa que pudo haber sido una consecuencia del incremento en ballenas depredadoras. Algunos investigadores apuntan al cambio climático, debido al enfriamiento de las aguas. Mientras que otros consideran que las presas migraron a otras latitudes, cuyas temperaturas más frías evitaron que los tiburones pudieran seguir a sus presas.

Entre los factores bióticos podemos asumir que la extinción del megalodón pudo ser influenciada u ocasionada por eventos bióticos. Durante finales del Mioceno hubo una diversificación masiva de los cetáceos de aquella época, mientras que las poblaciones de megalodontes disminuían; esto sugiere que probablemente la radiación de los cetáceos pudo estar relacionada con la extinción de los tiburones. Otra hipótesis, es que debido a la misma diversificación de cetáceos durante el Mioceno medio, aparecieron cachalotes rapaces que pudieron representar una competencia al momento de acceder a los recursos. Para el Mioceno tardío también aparece C. hubbelli, especie que es considerada el antepasado del tiburón blanco (C. carcharias), y que probablemente también ocupó el mismo nicho ecológico que el megalodón, compitiendo por los recursos; aunque no se tienen pruebas que respalden esta hipótesis.

Para el Plioceno, las poblaciones de Carcharocles megalodon se encontraban en continua disminución, aunque durante esta época hubo un aumento temporal de la diversidad de cetáceos. No obstante, durante el resto del Plioceno, la diversidad de cetáceos volvió a disminuir, este periodo coincide con los últimos registros de megalodontes. Además, coincide con las aparición y diversificación de las orcas, y la aparición del tiburón blanco moderno.

Otro enfoque sugiere los mecanismos climáticos, en donde se asocia la extinción del Carcharocles megalodon con eventos relacionados al cambio climático. Para el Mioceno medio se considera que el clima era cálido, mientras que para el Mioceno tardío ocurrieron climas mucho más fríos. Durante el Plioceno se conoce que el clima osciló entre temperaturas cálidas y frías. Considerando esta información se puede suponer que los megalodones estaban mejor adaptados a climas cálidos y sus poblaciones fueron afectadas durante los periodos de temperaturas más frías.

Debido al conocimiento que se tiene sobre la distribución del megalodonte y sus preferencias tróficas, muchos investigadores infieren que su extinción tuvo un gran impacto en los distintos ecosistemas marinos.

Bibliografía

Pimiento, C et al. 2010.
Pimiento, C. y Clemments, C. 2014.
Pimiento, C. et al. 2016.


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